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Crónica: Paul McCartney arrasa en Madrid

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paul_mccartney_cartelHace mucho tiempo que no vengo a este blog a escribir nada. Sí, lo sé. La vida, que me aparta de las cosas que me gustan. Pero ayer vi una cosa tan hermosa y tan espectacular que no puedo no escribir sobre ello. Ayer yo, que nací ya después de que John Lennon hubiera muerto, y que aprendí a escuchar las canciones de los Beatles en el coche de mi madre y en el dormitorio de mi primera novia, vi en concierto a Paul McCartney. “Pues qué manera de tirar el dinero”, dirán unos. “Nadie vale el dineral que costaba la entrada”, me han dicho en mi trabajo. “Viene tarde y mal” y “está mayor”, he oído por ahí. Excusas. Excusas y envidia. Es cierto, las entradas no bajaban de los 70€, y yo iba con un poquito de miedo de que alguien que le ha puesto la banda sonora a la propia existencia decepcionara (recuerdo la tremenda decepción que supuso hace unos años ver a Dylan, por ejemplo). Pero no: las dos horas y media que estuvo McCartney anoche en el escenario del Vicente Calderón, especialmente la última, fueron uno de los mejores momentos de mi vida. Y los debates sobre si lo vale o no, o sobre si ha tardado de venir o no solo son para un grupo de personas: los que a toro pasado, sienten envidia. Así que, por primera vez en bastante tiempo, voy a contar cómo fue el concierto de anoche.

Aunque se anunciaba telonero, afortunadamente McCartney saltó al campo sin previa con su banda. Dicen que aún quedaban entradas a la venta, pero yo sinceramente no sé dónde, puesto que ni en pista ni en grada cabía un solo alfiler. Con una media de edad claramente superior a la cuarentena, no se puede negar que Paul ya ganaba 12-0 cuando empezó el partido: decenas de miles de personas coreandole su amor y él, por supuesto, dejándose querer: que si mover el culito, que si poner morritos, que si leer parrafadas en español, que si sacar la bandera nacional junto a la Union Flag a pasear, que si ponerle acordes a los coreos del público… Es cierto que no había espontaneidad en sus gestos: todo es premeditada precisión en McCartney, y ayer llevó esto hasta las últimas consecuencias, ofreciendo un recital milimetrado en tiempo, intensidad y emociones en el que una cosa brilló desde el primer acorde: la calidad del sonido, que hace un par de semanas arruinó por completo el paseo triunfal de Springsteen en el Bernabeu, fue meridianamene cristalina durante las dos horas y pico de la actuación. En todo momento se pudieron distinguir los instrumentos, no había reberveración y, aunque Paul voz tiene poquita, se le seguía con nitidez (a pesar del karaoke continuado).

Salvado el primer temor, el técnico, se encontraba uno de golpe en un gigantesco karaoke de A Hard Day’s Night: la montaña rusa no había hecho más que empezar, e intercalando canciones propias, de la etapa de Wings y, por supuesto, de The Beatles, el de Liverpool iba arrasando en los corazones de la audiencia. Se permitió McCartney incluso hacer referencia a sus coqueteos con la música electrónica (Temporary Secretary), aunque si a mi me hubiera tocado elegir, le habría pedido algún tema de su etapa como The Fireman (¿Sing The Changes tal vez? no sé, no estoy para quejarme). Declaraciones de amor a sus dos esposas (My Valentine para Nancy y la maldita obra maestra de amor y perfección que es Maybe I’m Amazed para Linda), homenaje a Lennon con las bellísimas frases que le dedica en Here Today, y a George con Something (sí. casi me muero) que, a pesar de arrancar con ukelele (con la excusa de que a Harrison le gustaba mucho ese sonido), acabó en un colorista estallido eléctrico inolvidable. “Gracias a George por componer una canción tan bonita”, decía McCartney antes de continuar.

El primer cambio de velocidad se produjo con We Can Work It Out (karaoke absoluto), tras la cual hubo un pequeño momento acústico para que sonara Blackbird (belleza pura), se ablandaran los corazoncitos con And I Love Her, se mirara tan atrás como a las primeras grabaciones de The Beatles (In Spite of All The Danger) y cayeran dos referencias recientes, New (temarraco) y FourFiveSeconds (me avergüenza un poco decir que hasta esa sonó bien). Pero la traca absoluta se produjo en la última hora: la infinita melancolía de Eleanor Rigby, el absurdo optimismo de Ob-La-Di Ob-La-Da (que sí, que ya es muy tonta pero ME ENCANTA), el terremoto de electricidad, energía y perfecta conexión entre los músicos que supuso Back In The U.S.S.R., el inevitable pero emotivo karaoke de Let It Be y la barbaridad que supuso Live and Let Die, que por si no fuera suficientemente épica, se decoró con columnas de fuego en el escenario y fuegos artificiales sobre el estadio. La audiencia, como se pueden imaginar, absolutamente del revés. Coros interminables, complicidad y felicidad con Hey Jude justo antes de ir a los bises para, a la vuelta, permitir a un chaval pedirle matrimonio a su novia sobre el escenario.

Los bises arrancaron con Yesterday (ya no me llegaba sangre a la cabeza), coronaron con Birthday y remataron de la forma que solamente podría hacerlo un Beatle: Golden Slumbers, Carry The Weight y The End. El final del Abbey Road, que si ya hace que se le salten las lágrimas a una como le pille en un día tonto, en un éxtasis total y absoluto, en una celebración de la música del cuarteto de Liverpool. La iluminación simulando un amanecer sobre el público mientras Paul cantaba con el hilito de voz que le quedaba ese “And in the end the love you take is equal to the love you make”. Y ya. Dos orejas, rabo, la Champions, el Mundial y el anillo de la NBA. Váyanse ustedes a dormir después de eso. Así es como haces a la gente pagar 100€ por una entrada y que cada uno de los euros gastados se convierta en una de las mejores inversiones de su vida. Firmó Paul McCartney anoche en el Calderón un concierto perfecto, inolvidable y espectacular en todos los sentidos posibles. La banda, de morirse, el sonido de quitarse el sombrero y él, a sus 73 años, más grande que su propia leyenda. Le despedimos sabiendo que es muy posible que volvamos a verle (bien descubrimos en enero que si Bowie podía morir, entonces cualquiera puede hacerlo), pero con la certeza de ser unos auténticos privilegiados. Un recuerdo que reviviré hasta el final de mis días y, sin lugar a dudas, uno de los tres conciertos más inmensos que he visto jamás.

Dejo aquí, por cortesía de Sentencia, el Setlist (también convertido en lista de Spotify):

1.     A Hard Day’s Night

2.      Save Us

3.      Can’t Buy Me Love

4.      Letting Go

5.      Temporary Secretary

6.      Let Me Roll It

7.      I’ve Got a Feeling

8.      My Valentine

9.      Nineteen Hundred and Eighty-Five

10.   Here, There and Everywhere

11.   Maybe I’m Amazed

12.   We Can Work It Out

13.   In Spite of All Danger

14.   You Won’t See Me

15.   Love Me Do

16.   And I Love Her

17.   Blackbird

18.   Here Today / Give Peace a Chance

19.   Queenie Eye

20.   New

21.   The Fool on the Hill

22.   Lady Madonna

23.   FourFiveSeconds

24.   Eleanor Rigby

25.   Being for the Benefit of Mr. Kite!

26.  Something

27.   Ob-La-Di, Ob-La-Da

28.   Band on the Run

29.   Back in the U.S.S.R.

30.   Let It Be

31.   Live and Let Die

32.   Hey Jude

33.   Yesterday

34.   Hi, Hi, Hi

35.   Birthday

36.   Golden Slumbers / Carry That Weight / The End


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